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Mostrando las entradas de febrero, 2019

Capítulo dieciséis, las buenas, los malos y Reforma dos veintidós

Al siguiente día hacia frio en Reforma dos veintidós. Era miércoles. Las hojas de los arboles estaban cargadas de rocío. Las personas iban vestidos en suéteres de lana y montados  en su escúter y patines eléctricos. Los clientes abarrotaban los restaurantes de la avenida. Los meseros servían café con leche, expreso, tostado, te chai, leche sola con chocolate. En las mesas se podía ver el pan tostado, pan dulce, conchas, croissants y sándwiches de queso. Mi camioneta, ese vehículo que tanto quise, una Mercedes Benz  clase GLE 400, edición especial, fue remolcada de Reforma dos veintidós por una grúa al corralón de la policía de tránsito. Como estaba a nombre de Ana, la policía la llamo para reclamar por la multa de tránsito. Un impacto lateral la había dejado inservible. Era una lástima, me encantaba esa camioneta, En el informe de la policía apareció como un choque tipo volcadura contra un vehículo de recolección de basura. A dos calles de ahí, en un quinto piso, un salón

Capítulo quince, nunca confíes en una chica con minifalda

Capítulo quince, nunca confíes en una chica con minifalda Nunca pensé que pudiera estar en peligro. Héctor era mi amigo, y Cinthia, pues, era Cinthia. No sabía nada de ella, solo que era amiga de Mónica, maestra de Yoga y tenía más tinta en la sangre que nada. Cuando la vi, estaba vestida en un conjunto de pantalones de licra y una chamarra de piel de motociclista que la hacía ver sexi. Me senté junto a ellos. Una botella de whisky ayudó a limar las asperezas. Que demonios, Héctor era uno de mis mejores amigos, y, aunque era muy raro a veces, yo lo estimaba. Cinthia preparaba los tragos. Llenaba los vasos de hielo, ponía suficiente alcohol y nos los acercaba siempre con una sonrisa. Héctor y yo hablamos de cuando estábamos en la universidad, del futbol y de las chicas. Había un tema prohibido entre nosotros, él no lo decía, pero yo sabía que no le gustaba hablar de Ana. Ella había sido mi esposa, en todo caso debería ser yo el que se sintiera incomodo, que no invente el güey